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Xuan Xosé Sánchez Vicente |
El político asturianista, escritor y profesor Xuan Xosé Sánchez Vicente
publica después de cinco años una nueva novela en castellano, la que es la
tercera de su carrera. Lleva por título Bajo el viaducto (Septem ediciones) y tiene
su versión en asturiano en formato de libro electrónico (Al pie del viaductu).
La novela, que se desarrolla en Gijón a finales del los 70 y comienzos de los
80, durante el desmonoramiento de la industria naval. Luis Roces, el
protagonista, «asiste a todas estas mutaciones sociales desde sus primeros años
de estudios en La Laboral y participa activamente en las luchas callejeras por
defender los astilleros de la ciudad». Una actividad que continúa a través de
la militancia sindical y de su entrada en el partido gobernante en Asturias. De
forma paralela se centra también en la repercusión que tiene esa lucha
política, a la que dedica la mayor parte de su tiempo en su vida personal, y
como afecta a Teresa, su mujer, y a sus dos hijos, Pelayo y Olaya.
¿Cómo surgió esta novela Bajo el viaducto?
Pues de dos imágenes previas —la del principio y la
del final de la novela. La primera es un relato que me hace un pariente de
ciertas actividades en sus años de estudiante. La segunda me pasa a mí. El
resto es la búsqueda de una idea para la nueva novela, y el conocimiento de
estos últimos cuarenta años, en su desarrollo social y económico.
¿Qué cree
que se van a encontrar los lectores cuando lean Bajo el viaducto?
Pues, en primer lugar, una novela, es decir, una
historia personal ficticia y rica, la del protagonista, su familia y sus amigos.
En segundo lugar, un retrato de un momento determinado de la historia de Xixón
y de Asturies como un nudo importante, el conflicto del sector naval en los
años 80 y 90. Pero también el paisaje físico y social de Xixón en estas últimas
cuatro décadas y, cómo no, la evolución del pensamiento público, las tensiones
internas de los partidos y sus tramas, el papel de los movimientos sociales en
la política.
Y, una vez, más una compleja trama que se lee con
facilidad y rapidez y una metanarración que sorprende al lector.
Si tuviera
que elegir un personaje de la novela… ¿Con cuál se quedaría?
Quizás uno relativamente secundario, el de Teresa.
¿Qué hay de
usted en el protagonista de la novela, Luis Roces?
Hombre, siempre hay algo de uno en todos y cada uno
de los personajes de una novela. Pero yo creo que en Luis Roces no hay otra
cosa que mis conocimientos del ser humano, y, por supuesto, los que de la
política y de la historia he aprendido.
De nuevo, la
ciudad de Gijón, como trasfondo de la trama, ¿por qué vuelve a situar la acción
de su nueva novela esta ciudad?
Xixón es en gran medida un espejo de Asturies: aúna
un sector industrial rico, movimientos sociales variados, lucha sindical,
tradición de saber político… De modo que, en ese sentido, acumula aspectos
sociales que se dan en otras poblaciones asturianas y españolas de forma
simplificada y aislada. Tiene la población más numerosa de nuestro país y, a su
vez, representa una compleja mezcla de orígenes en sus ciudadanos: asturianos
de otras zonas, asturianos de procedencia rural, españoles de fuera de
Asturies… Por otra parte, evidentemente, es una ciudad que conozco milímetro a
milímetro, tanto en lo físico como en lo histórico y lo social.
Su última
novela es muy atrevida al abordar el funcionamiento de los partidos políticos,
sus tramas conspirativas y sus luchas internas por alcanzar cuotas de poder.
¿No teme la reacción de ciertos sectores?
La novela no es un panfleto contra nadie ni un
estudio sociológico, en modo alguno. Ni lo es ni yo lo pretendo. Por otro lado,
lo que ahí se cuenta es el funcionamiento habitual de todos los partidos
políticos y de todas las organizaciones: la lucha por el poder, las limitaciones
del mismo, la segregación del discrepante, el apoyo a los propios, la venganza
cuando es posible… Y, en cuanto, al fondo histórico del conflicto social y de
los movimientos políticos, sindicales, económicos y urbanísticos, pues yo creo
que la ficción no se aleja mucho de la realidad, sin ser esta ni querer serlo.
La novela se
ambienta en una época muy definida y usted estaba en la política activa durante
los años de la reconversión naval. ¿Cómo recuerda esa época?
Fue una época de muchas ilusiones, por un lado.
Construimos entre todos la España actual, próspera —pese a la crisis— y libre
como nunca, y más igualitaria que nunca. En lo tocante a Asturies, sin embargo,
yo, personalmente, tengo una profunda decepción: creo que no sabemos valorarnos
ni estimarnos, que carecemos de una visión propia, que no sea la de Madrid o
que no pase del concejo en que residimos. Nuestros representantes están
sometidos a Madrid y a ella aspiran como bien máximo, y, por todo ello, somos
incapaces de darnos a valer y de defender nuestros intereses comunes: pintamos
poco.
Por otro lado, en aquella época había una capacidad
de entendimiento y de acuerdo entre partidos que yo echo en falta hoy, y cuya
carencia es uno de los mayores problemas de la sociedad española.
¿Es
necesario tener cierta edad para que el novelista pueda describir sus propias
experiencias o inquietudes?
Cuanta más edad tiene uno, es obvio, más canas
tiene, más artrosis, si acaso, y, por supuesto, más conocimiento del ser humano.
También, más comprensión, más tolerancia y una
cierta ironía ante la realidad de la vida y de los hombres. Todo ello, sin que
falte la esperanza y el convencimiento de que, poco a poco, el ser humano va
mejorando en lo material (de forma exponencial) y también en su conducta,
aunque a los bárbaros los veamos más y vayan a estar siempre ahí.
¿Qué
significa para usted haber escrito Bajo
el viaducto?
Creo que se trata de una novela que va a encantar,
emocionar, y tal vez hacer reflexionar al lector, eso ante todo; y eso es lo
que me deja más satisfecho. Desde otro punto de vista, representa el fruto de
cuatro años de trabajo, con muchos replanteamientos y revisiones, hasta el
punto de que ha pasado por nueve etapas en total. Me siento muy orgulloso, además
—y voy terminando— de haber resuelto, creo que muy aceptablemente, ciertos
problemas narrativos y de haber dominado una técnica de escenas breves
circulares con un proceso de anamnesis en medio. Y, qué quieren que les digan,
la sorpresa y la ambigüedad de la metanarración me son muy prestosas. ¡Ah!, y
ciertos guiños irónicos que la novela esconde y que el lector inteligente
(valga el pleonasmo para todos los míos) reconocerá y disfrutará. Asimismo, yo
creo que la novela abre con dos potentes imágenes simbólicas que no solo tienen
relación con la historia de Xixón, su sector industrial y el protagonista, Luis
Roces, sino que son seguramente un símbolo de la evolución de la sociedad
española en estos últimos cuarenta años.
¿Y de la
versión en asturiano —solo disponible en ebook— qué nos cuenta?
Pues que representó un esfuerzo adicional no
pequeño y una satisfacción también. En su escritura hubo muchos problemas que
no solo tienen que ver con la selección del léxico —a veces las opciones
estandarizadoras de la Academia son discutibles—, sino con la ausencia de,
digamos, una «tenada literario/lingüístico» asturiana con la que rivalizar y
competir o sobre la que construir (base de toda escritura en cualquier lengua)
y con las conexiones entre la lengua literaria y la lengua hablada.
He procurado que el asturiano de la novela no fuese
excesivamente culto, sino cercano a la fraseología de la lengua hablada y a lo
que pudiéramos llamar «el espíritu de la lengua», y, por tanto, que no
supusiese un obstáculo adicional para el voluntarioso lector en asturiano; pero
que, a la par, tuviese un inevitable aroma de prosa literaria.
Espero que sus lectores lo sepan apreciar y, que,
en algún momento los lectores en castellano se acerquen al texto en asturiano
para disfrutar de él, ya en una lectura independiente, ya confrontando ambos
textos. En muchas ocasiones, la experiencia les resultará interesante,
fructífera y prestosa.
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