ALEJANDRO M. GALLO
El escritor y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, Javier García Cellino, fue el ganador del VI Premio Letras de Novela Corta con su novela «Círculos de tiza». Del autor sólo les contaré dos pinceladas, por si todavía queda alguien que no le conozca: licenciado en Derecho y en Geografía e Historia; poeta reconocido y premiado en certámenes tan prestigiosos como el Juan Ramón Jiménez, el Gerardo Diego, el Leonor...; autor de cientos de relatos breves por los que también ha recibido numerosos y acreditados premios; colaborador en diferentes medios de comunicación y un entusiasta de cualquier empresa cultural. Su primera incursión en la novela le ha valido el reconocimiento del premio citado y estamos seguros que éste es sólo el comienzo de nuevos éxitos.
«Círculos de tiza» es una novela difícil de encuadrar con una sola etiqueta. Pero no se extrañen, es lo que les ocurre a las buenas novelas. Fue Karl Marx quien aseguró que la historia se repetía, una vez como comedia y otra como tragedia. Ése es el esquema que utiliza Cellino en su novela. Todo comienza con un juego de policías y ladrones. Termina igual. La diferencia está ahí: la repetición se produce en circunstancias y roles distintos para sus protagonistas. Pero vayamos al argumento.
Unos niños se entretienen jugando a «Frontera- Frontera», en el que la estatua del minero se convierte en su destino y salvación. En una Asturias que sólo escuchaba dos emisoras: Radio Nacional de España y La Pirenaica. El mundo que les rodea les va apresando y absorbiendo. El primer choque con la realidad es su segundo bautismo. No importa cómo figures en la partida de nacimiento, el nombre verdadero es con el que te conozcan en la tapia del colegio en el que estudias o en las calles del barrio en las que crezcas. Así nos presentaran al Buitre, al Sarnas, al Brisas, al Goloso... Los conoceremos de niños y luego de adultos en los cargos de alcalde, teniente de alcalde, jefe de la oposición... en un escenario que Cellino recrea y rebautiza como el pueblo del Nalón. Aunque sus calles, sus barriadas, casa Paci, Erika, el Salero, el río Candín, los pozos Fondón y María Luisa, los sábados de mercado... nos ubiquen perfectamente en qué lugar se desarrolla la acción.
Aquellos niños crecerán y ocuparan cargos de importancia en el pueblo, pero uno de ellos, nuestro protagonista, sólo vivirá su infancia allí. El resto de su historia se ha desarrollado fuera de los valles. Un día regresa para reencontrarse con su pasado. Añadido a éste se encontrará con una historia truculenta de mafias, poder, especulación y drogas. En un paisaje que se ha transformado por efectos de la reconversión y el reajuste económico internacional. Y, para su sorpresa, también se dará de bruces con sus propios fantasmas que creía muy enterrados.
No busque usted en la novela sobresaltos ni giros inesperados. La acción transcurre sosegada y nos va atrapando. Hasta un final que, aunque todos conocíamos, nos hará reflexionar sobre aquella famosa cita de un filósofo cuyo nombre no recuerdo: «estamos hechos de pasado». Hay dos cuestiones en la novela que me han sorprendido gratamente. La primera tiene que ver con el respeto a los mayores. En estos tiempos modernos, que diría sir Charlie Chaplin, en el que el único valor importante es ser siempre joven y bello (en caso contrario, para eso está la cirugía), una especie de complejo de Peter Pan mal entendido, donde nadie sabe envejecer con dignidad, Cellino recupera los tiempos del respeto a los mayores, como si viviera en el pueblo de los indios navajos y el consejo de sabios sólo lo formasen los ancianos. «Otro sabio más, como mi padre», dirá el protagonista refiriéndose a su tío.
La segunda tiene que ver con la generación de los vencidos en la guerra. Aunque Javier no se detiene en detalle a profundizar sobre sus pensamientos y formas de plantear el presente y el porvenir, las frases que utiliza para mostrarnos su visión de la vida son bien elocuentes. La madre del protagonista siempre repetirá: «La ruina que nos va a caer un día encima».
El padre, por su parte, no se aleja mucho: «Nos aguardan malos tiempos». Es el pesimismo constante de una generación que siempre tiene presente la frase de Albert Camus: «Fue en España donde los seres humanos aprendieron que se puede tener razón y, aún así, perder». Aprendieron por experiencia que la historia la escriben los vencedores, que la razón es vencida por la fuerza de lo irracional y que, para caminar por la vida, además de soñar, también se necesita la suerte.
Les decía al principio que es una novela que difícilmente sostiene una sola etiqueta. Es social por su reconstrucción del alma colectiva de un pueblo. Es costumbrista por los detalles de un tiempo olvidado. Es negra en su trazado. Y es una extraordinaria novela en su conjunto. Léanla, no les defraudará.
No olviden la cita de esta tarde, a las 20 horas, en la Casa de la Cultura de La Felguera con el autor y sus «Círculos de tiza», en un acto organizado por la Asociación Cauce y el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA.