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viernes, 16 de agosto de 2013

Reseña de 'La madriguera'

Me llamo Teresa
Portada de 'La madriguera'

Me llamo Teresa y mi nombre es lo único que siempre fue mío.

La primera impresión que me produjo La madriguera, de Aurora García Rivas, fue la misma que me producen algunos cuentos de Chéjov por su naturaleza enigmática: un relato en el que parece que no pasa nada pero pasa todo, cuentos de apariencia discreta que requieren reflexión y análisis para superar la evidencia. Ni el título ni la portada, evocadora de la pintura de Hopper, aclaran nada del relato, es leyendo la novela que alcanzamos a entender ambas cosas. Pero no esperemos un final impactante, la narración dirige al lector hacia la conclusión natural de una vida vivida, la de Teresa, y la de otros personajes que tuvieron menos fortuna en el conflicto que cada cual sufre con el mundo. Con ayuda de una narrativa fluida, impregnada de un lirismo tejido con engañosa facilidad, y un léxico escogido, la autora nos conduce por senderos que nos permiten conocer mejor la vida sin caer en lugares comunes.

No seré yo quien desentrañe el argumento de la obra porque eso le corresponde al lector pero sí quiero señalar brevemente que en esta novela fundamentalmente femenina, que cuenta el devenir vital de una saga familiar, la protagonista, personaje crepuscular, recorre el espacio y el tiempo a través de la técnica del flashback rememorando éxitos y fracasos en la búsqueda de sí misma a través de la pintura para volver al origen, a su tierra leonesa , a esperar el final.

El relato en primera persona vertebra la narración aderezada con la presencia de Daniela, su fiel compañera de viaje y responsable involuntaria, o no tan involuntaria, de los diversos estados de ánimo de Teresa en el corto período de tiempo presente que abarca la novela:

Daniela nos mira ya sin sorpresa. Sé que me ha pillado. Somos un par de damas astutas, sin nada importante que hacer, que se azuzan entre lo absurdo y lo banal. (Pág.71)

La narración avanza a través de personajes magistralmente descritos y la infancia feliz pasada en La Cueta, en contraste con la infancia de algunos miembros de la familia en La Cabrera:

Reme era menos fuerte que los demás. Sus ojos claros y el pelo rubio la distinguían de los otros y parecía una bestiecilla llegada de algún lugar lejano y desconocido. No tenía muchas luces ni mucha capacidad para nada. Enfermiza, débil, callada y dócil como un cachorro olvidado entre la ceniza, iba creciendo sin entusiasmo.(Pág.45)

La historia de España está muy presente en el libro pero en la medida que afecta a los personajes y no como un tratado histórico del siglo XX, conocido por todos.

La profusión de personajes secundarios, con su polifonía coral de voces que se intercalan y suceden, hace de esta novela un caleidoscopio humano descrito con el mismo detalle que los espacios (privilegiando las comarcas leonesas de Babia y La Cabrera, y París). Este estilo descriptivo, con un fino uso de la adjetivación en el difícil arte de poner nombre a las cosas, se hace extensivo también a las escenas narrativas y a las sensaciones, como si de un guión cinematográfico se tratara:

La calle Oscura, sólo lavaba sus miserias cuando llovía, pero todo se juntaba al final y atascaba las alcantarillas que rebosaban de espumarajos y desperdicios pestilentes, así que la hediondez y las miasmas se respiraban sin remedio.(Pág.73)

El hambre nunca se olvida. Es una sensación cruel y destructiva: en el punto medio exacto del estómago se hace un vacío inmenso y una especie de ola caliente te sube hasta los dientes. (61)

Aurora García Rivas
No puedo olvidar el acertado análisis del ambiente artístico del París de la bohemia, tan idealmente cantado por la literatura, entre la miseria de la supervivencia inicial y el fasto del triunfo posterior en el que Teresa no participa.

Ningún hechizo, ningún misterio nos acompañaba, salvo el milagro de ir pasando los meses sin morir en cualquier buhardilla sin luz y sin fuego. Sólo alguien ajeno a lo que allí se esconde puede ver el prodigio de la luz colándose entre las ramas desnudas del invierno o incidir en la cúpula de la basílica que corona la colina de Montmartre, blanca, petulante, fea. (Pág.69)

En una narración rica en matices como la de La madriguera caben temas tan humanamente universales como la soledad y el hastío, la incomunicación, la alteridad, el amor y la muerte que planea sobre toda la novela.

Me siento cansada de cada minuto vivido sin necesidad. No deseo morir pero busco quimeras, ansío una vida llena de emociones como si eso fuese posible. Mi mente trabaja a destajo, pero mi cuerpo casi no responde a esos estímulos. Me siento prisionera no sé muy bien de qué, pero mi último instinto, mi última esperanza, me ata a cada día que amanece. (Pág.123)

Todos y cada uno de estos aspectos no pueden soslayarse si hablamos de experiencias vitales, a todos nos competen.

Para finalizar me gustaría apuntar que La madriguera, de Aurora García Rivas, me recuerda la elegante prosa del romántico alemán Eduard Mörike, cuyos temas recurrentes eran la presencia de la muerte y el poderoso influjo del arte en el hombre.

Luis Racionero dice que lee para vivir mejor, Aurora escribe para que sus lectores vivamos un poco mejor porque el hechizo de la literatura nos alivia de la pesadumbre existencial.

Marián Suárez García



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