El último libro del ex alcalde contempla con amor y nostalgia a Oviedo y sus habitantes
IGNACIO GRACIA NORIEGA. «Con vistas al Naranco» (Septem Ediciones, Oviedo, 2011), el último (de momento) libro de Antonio Masip, es su
mejor libro. Así se lo comuniqué a su autor por teléfono; ahora procuraré
explicarlo brevemente.
En la época del colegio, los más querían ser ingenieros y a
poquísimos nos gustaba la literatura. De éstos, Juan Cueto y Pepe Avello eran
mayores que nosotros, y don Bernardo Fernández (excelente prosista, aunque dos
catástrofes truncaron su posible carrera literaria: la admiración hacia el
Cosmopolita bonaerense e incluso hacia Italo Calvino y el acercamiento al PSOE,
partido que no valoró que fuera sutil ni que supiera emplear la pala de
pescado), más pequeño. De los de mi curso, Vigil era poeta barroco a la manera
de Miguel Ángel Asturias (mucho menos «social» que el miguelhernandiano Paco de
Asís Junquera, a quien conocíamos del Instituto), Miguel Ángel del Hoyo era
fervoroso de Juan Ramón Jiménez e Ignacio Aldecoa, Ávila escribía cuentos
tremebundos en los que moría hasta el apuntador, Rafael Sariego mostraba
afición por el teatro y yo estaba influido por Faulkner. Antonio Masip, por su
parte, se interesaba por la política. Tanto que Montes Vidau y Valentín Monte,
siempre agudos, le llamaban «el joven Kennedy». No sé si no habremos
constituido también una «generación perdida», ya que vivimos el final de una
dictadura «cutre» y casposa y contribuimos a crear una democracia de poca
calidad.
Antonio Masip se estrena como «escritor con lectores» en las
páginas de LA NUEVA ESPAÑA, donde durante años tuvo la sección «Oviedo al
fondo», seleccionada más tarde en un libro al que le puso prólogo Emilio
Alarcos, quien destaca algunas características perdurables de su estilo: «leves
pinceladas de nostalgia, humanísima caridad, simpatía comprensiva y, sobre todo,
amor a Oviedo». El amor a Oviedo caracteriza a la persona y a la obra de
Antonio Masip, y aunque en algunos libros se aleje unos kilómetros, la ciudad
es el punto de partida, como en «De Oviedo a Salinas por el Eo» (título que me
suena pemaniano). Ahora, finalmente, mira a Oviedo desde el reflejo del
Naranco, su monte tutelar, su altura más reconocida e ilustre, junto con la
torre de la Catedral. Su título parece homenaje al de la recopilación póstuma
de Cándido G. Riesgo: «Una mirada desde el Naranco» y completa el título de un
libro suyo anterior: «Desde mi ventana». La ventana de Antonio Masip es «Con
vistas al Naranco», y el monte protector refleja la ciudad y sus gentes a las
que el autor que se asoma a la ventana contempla con amor y nostalgia: con «leves
pinceladas de nostalgia», que escribió Alarcos, y mucho amor. Y este libro
nostálgico y enciclopédico lo recoge todo: desde batallas de la Guerra Civil a
anécdotas y textos literarios ajenos (por lo que también es una antología del
Naranco) y hasta tarjetas de felicitación de Alfonso Guerra, para que se note
que está bien relacionado. La ventana de Masip al Naranco se abre al mundo.
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