Searching...
sábado, 18 de abril de 2009

'Súplicas del viento. Hacia Irlanda' enlaza lo vivido con lo imaginado



Teresa Martín natural de Pimiango (Ribadedeva), profesora de inglés en Langreo y colaboradora habitual de el Diario El Comercio, ha dado a la luz su primer poemario, 'Súplicas del viento. Hacia Irlanda' (Septem). Un país vivido e imaginado en el que habita la sensibilidad.
-¿Por qué un viaje poético «hacia Irlanda»?
-Irlanda es lo leído, lo escuchado, y lo que se desea leer y escuchar. Es a lo que se acude cuando uno no puede más, cuando el entorno es hostil, cuando no entiendes cómo y por qué, y también a donde te trasladas para hallar lo que deseas construir. Irlanda, sobre todo, es el silencio de escuchar, que en silencio estalla. Al final, siempre queda aquello con lo que empezamos, escuchar el silencio.
-Se advierte al lector que «esta Irlanda no existe». ¿Se insinúa que los poemas fructifican más bien a partir de la emoción y la imaginación, antes que a favor de la percepción objetiva?
-A un lado, impregnada de toda la objetividad de la que es posible el ser humano, se sitúa la realidad, que, con toda esa objetividad, puede no ser del agrado de quien la observa; y del otro lado, apegados a lo que unos llaman subjetividad, se sientan esa imaginación y esa emoción, con la carga necesaria para traspasar el cristal de uno al otro lado. No hace falta olvidarse de lo que es real, para cargarse de imaginación y emoción, y con ellas ofrecer una realidad propia o apropiada.
-¿La literatura anglosajona forma parte fundamental de su equipaje?
-Sin ninguna duda. Cuando empecé a aprender inglés de verdad fue un verano en los que iba a tomar, precisamente y sin ser imaginario, el té con una encantadora mujer que había sido traductora-intérprete, y con una vida de esas que llaman literarias, y empecé a sentir lo que es el inglés, lo que es su literatura. Leíamos y tomábamos té. Si me escucharan mis alumnos sabrían que no es una historia más, pues saben que tomando té y galletas el inglés entra y se paladea mejor.
-¿Y de qué modo se ha ido transformando a lo largo de la singladura su relación con la literatura?
-Se intenta ir conociendo más formas de montar ese puzzle que constituye el lenguaje. Unas lecturas llevan a otras. Y, sin embargo, aquellas con las que empezamos siempre están ahí y a ellas se vuelve en busca de la visión de adulto, y porque sabemos que no nos van a defraudar. Ultimamente he redescubierto, por ejemplo, a José Hierro.
-Es su primer poemario publicado. ¿Qué sensaciones produce? ¿Se reconoce en las páginas?
-Una de mis antiguas alumnas, al ver el libro y leer 'Liffey', me dijo que era como estar en clase conmigo, que era yo. Debo andar por ahí, entre el río, el puente de O'Connell y los gallos del otro lado del mar que se escuchan desde Pimiango.
El ritmo del silencio
-¿El poeta ha de ser sabio o basta con que le traspase la realidad?
-Todos hemos de buscar cierta sabiduría para sobrevivir el calado de la realidad y no enloquecer, o permanecer completamente locos frente a una cordura con la que no se está de acuerdo.
-¿Se vive cómo se escribe? ¿O son planos distintos?
-Prefiero pensar que vivo como escribo, porque eso supone cierta rebeldía.
-Tal como está lloviendo -y tronando- socialmente, ¿qué puede aportar la poesía en medio de la tempestad?
-Diría que, en esta época de tanto grito puede aportar todo el ritmo del silencio, toda la tranquilidad de una tormenta de ideas a la que se ha puesto un pararrayos que actúa de barrera para evitar la descarga eléctrica, destructora. Siempre puede aportar algo.
 
Back to top!