
El fin de semana del 23 y 24 de mayo de 1981, justo tres
meses después de que el golpe de Estado fracasase, once personas atracaron la
sede del Banco Central en la plaza de Catalunya de Barcelona. En principio, se
trataba de delincuentes comunes. Dentro del banco había 600 millones de
pesetas. El robo se complicó y la policía rodeó a los asaltantes, que
sorprendieron al país con sus exigencias para liberar a las 263 personas que
habían tomado como rehenes dentro: que todos los inculpados en el 23-F, con
Antonio Tejero al frente, salieran de la cárcel y se subieran a un avión rumbo
a Argentina que los distancie suficiente de la justicia española. Conforme
pasaron las horas de encierro, también pidieron comida, vino, heroína y
televisiones.
Ese episodio extraño, que duró un angustioso día y medio,
que movilizó a 1.340 agentes, y que resultó tan desconcertante como a la postre
poco documentado, es el que ha investigado el abogado y escritor Iván de
Santiago (Mieres, 1973) en su novela, '37 horas de mayo'.
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