ELIZABETH FELGUEROSO
La poesía es necesaria para la supervivencia. Hay personas que no lo creen así, que piensan que poesía es un cúmulo de palabras esdrújulas enganchadas de tal manera que se convierten en un lenguaje incomprensible, pero eso es porque nadie les ha motivado para intentar descifrar tal lenguaje. La capacidad de fabular fue un gran paso en el proceso evolutivo del ser humano equiparable al pulgar oponible o al paso erguido. Alimentar el espíritu es vital para que se desarrolle y crezca como es crucial alimentar el cuerpo. Pan y poesía para sobrevivir.
Javier García Cellino es uno de esos autores cuya obra se puede disfrutar como un buen plato de viandas. Un tipo que escribe cosas como «Dame la fe en el ojo de los perseguidos» o pide «Limosna para huir del hambre y atravesar fronteras con los dedos».
Un hombre que sabe engarzar las palabras con la precisión con que se monta un buen plato en una cocina adornada con estrellas Michelin. Demuestra con sus creaciones, entre otras cosas, que las Cuencas son aventajadas en carbón y en buena literatura. Además, para cumplir el tópico del poeta comprometido o por esa honestidad tan poco frecuente habitualmente, Cellino se implica desde hace mucho tiempo en las demandas de nuestras Cuencas, y es común verlo en cuantos frentes le reclamen en pro de la justicia social.
Recientemente ha presentado su libro «Círculos de tiza», una novela ambientada en esta su tierra que ha sido premiada por la editorial Septem. Cellino está ya acostumbrado a recoger premios de prestigio, pero siendo ésta su primera incursión en el terreno de la novela cabe destacar la gesta. Me he animado a escribir estas palabras de enhorabuena, no por amistad, pues detesto las alabanzas mediáticas fruto del colegueo, sino como reconocimiento a un autor de gran fuerza literaria cuya creación seduce a personas de diferentes latitudes. Porque Cellino representa el talento alejado de las camarillas de escritores autocomplacientes que viven de la palmada en la espalda y el néctar de las subvenciones poco justificadas. Porque a quien tiene hambre de espíritu, le ofrece platos exquisitos como «Sonata para un abecedario». Porque creo, como Blas de Otero, en la paz y en la palabra, y por ende, estoy segura de que al salir de la caverna de Platón se podía respirar el aire puro de la poesía.